Macario Arcos, el reportero.

CULTURA, ESTATAL

La tierra, así como la ven, guarda incalculables tesoros que esperan ser localizados y entregados a sus legítimos dueños. Por supuesto que hablamos de los tesoros que celosamente guarda y custodia la tierra. No hablamos en ésta ocasión del petróleo, de uranio, o de otro tesoro similar. Hablamos de tesoros ocultos que, por mano de habitantes de las comunidades, fueron enterrados para preservarlos. Refiérome en concreto a oro, a plata, a monedas troqueladas, o piezas arqueológicas que fueron depositadas en camas de tierra profunda para que no fuesen mancillados por la enfermedad de saquear riquezas y llevárselas a bolsillos equivocados privando de ello a sus legítimos propietarios. Pero, a través del camino de un reportero de la talla de Macario Arcos González, que en su libro: El Peregrinar De Un Reportero, consagra ésta búsqueda ancestral, vieja, de esos tesoros enterrados que la gente de las comunidades cuenta desde la época de la conquista, pasando por la Colonia, y hasta llegar a nuestros días. De esos decires sobre los tesoros enterrados, se han tejido historias y leyendas que ya son también un tesoro de las diversas comunidades de la geografía veracruzana. Desde 1686, dándose cuenta los habitantes originales, de esas épocas y de esas tierras, que el robo era inminente, enterraron muchos tesoros para evitar el botín de los conquistadores. Y de ahí se siguieron subsecuentes saqueadores, pero también férreos defensores. Recuerdo que Macario empezó como reportero en aquel famoso periódico, El Tema De Hoy, y que a la postre, yo creo que le respaldan algo así como 65 años de andar de un lado para otro. En ese peregrinar de Macario, el reportero, consagra en su libro otros tesoros que son orgullo de los pobladores de las faldas del Cofre de Perote. Habla en su peregrinar de esas comunidades y de su gente: de Frijol Colorado, El Tepeyac, Orilla del Monte, Los Humeros, Maxtaloalla, Totalco, La Gloria, Tenextepec, Tlalconteno, y Guadalupe Saravia. Además de los vistosos valles de Perote, desde Vigía Alta, se pueden ver a lo lejos el Cofre de Perote y el Cerro del Pizarro, como si fueran dos enamorados que se miran a los ojos. La montaña Vigía Alta comienza desde las llamadas Derrumbadas hacia el sur, entrando por la congregación de La Gloria y subiendo por la Cueva del Soldado hacia Tlalconteno, Los Altos, Ayahualulco, Ixhuacán de los Reyes, hasta Cosautlán. Por el norte, la montaña Vigía

Alta abarca Tepeyahualco, la Hacienda de Santa Gertrudis, por ahí está Rincón de Burras, Rincon del Muerto, Brinco del Caballo, Cueva de la Virgen, Cueva del Obispo, Las Torrecillas, Almanza Uno, Almanza Dos, El Huarache, Potrero de Ladrones, El Varal, Cuesta de Maxtolololla, El Rosadero, Cantil Rojo, Chalatahui, Barranca Rica, Cerro de León, Cruz Blanca, Las Vigas. Por otro lado está todo el Cofre de Perote, Pixquiac, El Conejo, El Escobillo, Tembladeras, Los Pescados, Las Carabinas. Todos estos lugares, continúa la voz del reportero en su libro, han sido explorados por la gente, y dicen que algunos han encontrado algo, poco, pero algo es algo. Los terrenos son escarpados, y por tanto peligrosos, pero entre más lo sean, crece la sospecha que para proteger esos tesoros es ahí donde los custodios hicieron el entierro. Es curioso como esos tesoros pueden estar al alcance, tan cerca, y a la vez, como no se sabe su ubicación, nadie los puede tocar. La única referencia real pues, son las historias y leyendas que cuenta la gente. La tierra, con el tiempo transcurrido, se vuelve más celosa, y protege la riqueza que se encuentra en sus entrañas. Las capas de polvo, asentadas por la fuerza del viento, van tapando cuidadosamente esa riqueza. Para buscar un tesoro, hay que ser acucioso y arriesgado, y todavía aún cuando se tuviera información, para el reportero posteriormente viene la batalla de las palabras que tienen que estar impregnadas de verdad. Macario inserta imágenes de algunos lugares en su libro, sobre todo algunas misteriosas cuevas que se miran oscuras y penetrantes. Consagra Macario un sin fin de leyendas en una narrativa que resulta única por estar llena de paisajes y de pasajes vividos en ese eterno caminar. No hay mayor riqueza que ver a través de los ojos de un reportero cuando busca afanosamente la información, es el caso de Macario. Gracias Zazil. Doy fe.

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